viernes, 3 de septiembre de 2010

Buen humor, en los peores momentos

POR GRACIELA PETCOFF

Los primeros años de recuperación de la democracia fueron difíciles en Télam. De pronto se despertaron las reivindicaciones gremiales y los reclamos de todo tipo, que no hicieron fácil la gestión de Mario Monteverde en la presidencia y Santiago Senén González en la dirección periodística de la agencia Télam. Mario era frontal, directo, volcánico, decía sus verdades sin vueltas. Santiago en cambio tenía y tiene una habilidad extraordinaria para decir su verdad con una sonrisa, como quien no quiere la cosa podía dejar descolocado a su interlocutor, sin inmutarse. Ambos hicieron una dupla increíble que logró timonear una redacción en tiempos difíciles; ambos dejaron su impronta. Mario hacía de malo, Santiago de bueno. No es que se hayan combinado para esos roles, los dos se encontraron, naturalmente, se complementaron y eran dos experimentados lobos de mar en la tempestad. Mario enardecía, Santiago suavizaba. Como aquel día que un empleado de Télam se sentó en la redacción, diciendo que se había descompensado porque Mario le había gritado. Enseguida se convocó una asamblea para declarar a Mario persona ingrata o algo por el estilo. Santiago habló con los delegados, en una discreta gestión, y desarmó todo el lío. Y que decir de las reuniones con los delegados para pedir aumentos de sueldo u otras reivindicaciones. A veces subían de tono, o se terminaban arreglando en un bar, nunca se rompió el vínculo, pero Santiago tuvo mucho que ver en tender puentes, acercar, suavizar.

Pero que pasamos momentos duros, si, unos cuantos. Por ejemplo, en los trece paros de la CGT que decretó Ubaldini durante el gobierno de Alfonsín. La mayoría de esos paros se hicieron con la presencia de la gente en su lugar de trabajo, sin trabajar por supuesto. Entonces Mario, Santiago y yo nos hacíamos cargo del trabajo de redacción. Mario ponía la radio, que era nuestra fuente informativa. “Santiago tomá la cotización de la Bolsa…” y ahí iba Santiago, birome en mano, anotando números. Y así entre los tres hacíamos el servicio de noticias, bajo la mirada de más de treinta periodistas, que estaban de paro. Pero también hubo alzamientos militares, y fueron días y noches seguidas en guardia. Santiago nunca estaba cansado o de mal humor. Mario había dispuesto móviles con periodistas y fotógrafos en las bases que se habían alzado, en vísperas de Semana Santa. Una noche estaba tan cansada y Santiago se acercó con un pocillo de café y me dijo, tomá un tecito. “Santiago, no estamos para un té a esta hora”, le dije. “Vos tómalo” me respondió y se fue. Después advertí que era una medida de whisky, que nos vino muy bien para soportar noches de nervios interminables.

Con los años valorizo cada vez más el trabajo tesonero que hicieron estos dos grandes del periodismo, Mario Monteverde y Santiago Senén Gonzalez. Recién ahora, con el paso de los años, tomo la dimensión de la pelea que dieron en defensa de la democracia. Santiago fue director periodístico de la agencia Télam, pero lo he visto infinidad de veces tomando nota a los periodistas que transmitían desde los móviles. Como esas largas noches frente a Campo de Mayo: en el lugar de los hechos estaba otro recordado periodista, que ya falleció, Enrique Quique Torres, quién desde la puerta del cuartel llamaba o lo llamábamos para saber que hacían los militares sublevados. Una de esas noche Quique nos tenía en vilo con la posibilidad que salgan a hablar a la puerta, hasta que Santiago les dijo: “Che….salen o no salen, deciles que la sigan mañana, estamos todos muy cansados….” Entre los levantamientos y los conflictos gremiales Santiago mantenía una calma extraordinaria. Fue una pieza clave en Télam. “Vengan muchachos, lo arreglamos con un whisky…” decía en voz baja a los delegados y cuando volvía había arreglado el lío. Mario le admiraba ese don y me lo hizo saber muchas veces. “No se que tiene Santiago, cae bien y los convence”. Otra de las particularidades de Santiago es que sabía y sabe no hacerse entender, adrede, frente a alguien que incomoda. En tono respetuoso, larga alguna frase que deja atónitos a más de uno, que queda como pedaleando en el aire y preguntando: “¿ que dijo? ¿qué me quiso decir? Y yo, que ya lo conozco, no se como salir del brete. Después, en voz baja, me dice lo que piensa y se ríe como un chico. En realidad Santiago es un niño rebelde, que sabe como provocar, sobre todo en las discusiones políticas. Dice sus verdades y no hay quien lo pare. También elige cuando enojarse y lo hace tan bien. Todos quedan callados cuando levanta la voz, y no hay quien tenga su memoria para recordar anécdotas de viejos tiempos del periodismo argentino. Es un libro abierto, una historiador en mayúsculas, que vale la pena tenerlo cerca. Sus vivencias son tan valiosas, pero no solo esto: sabe contarlas, con detalles que solo a él no se le escaparon. No solo recuerda las fechas exactas sino todas las circunstancias. Hay mucho para escribir sobre Santiago, pero lo más importante es que lo tengamos de amigo, disfrutemos de su sabiduría, su don de gente, su espíritu jovial, su alegría de vivir, su compromiso con la verdad y con las causas justas.

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